viernes, 9 de diciembre de 2011

El evangelio en la Modelo de Barcelona

El pasado domingo, día 4 de diciembre, segundo domingo de adviento, el Señor Cardenal de Barcelona administró el sacramento de la confirmación a un nutrido grupo de presos de la Modelo. El Señor Cardenal, según nos informa la web del arzobispado de Barcelona, dirigió un mensaje de ánimo a todos los presos y les exhortó a ser luz entre sus compañeros.

Me parece admirable la labor del Señor Cardenal de Barcelona, y aplaudo la labor de los sacerdotes encargados de esta labor apostólica, y les animo con aquellas palabras que resuenan en la mente, y en el corazón de todos aquellos que llevan una labor de este tipo, las palabras de San Mateo, y su juicio. Estos sacerdotes están a la diestra del Señor, y escucharán de sus labios la promesa a pasar a la casa del Padre.

Me imagino que estos frutos que ahora se recogen habrán sido duramente trabajados, son el resultado de muchas catequesis, de muchas charlas tu a tu entre los catequizados y el sacerdote, habrán sido el resultado de muchas oraciones en lo escondido, y muchas penitencias. Muchos se habrán quedado por el camino, no habrán llegado a la meta, no habrán recibido el sacramento de la confirmación, otros seguramente retomarán el camino más adelante, porque volverán a ser fieles a la llamada que ellos han escuchado en su corazón, otros quizá no vuelvan a retomar el camino. Todos estos momentos, compartidos entre ellos, con alegrías, con tristezas, con alguna que otra lágrima, han dado ya su primer fruto.

Me gustaría continuar ahora haciendo referencia a otra cosa, que me viene a la mente cuando me dicen que estos hermanos en la fe, han recibido el sacramento de la confirmación. Mi pensamiento es el siguiente, estos presos han sufrido mucho, con gran tristeza han percibido la mortalidad de los bienes terrenos, y en el fondo de su corazón seguro que han percibido la contingencia de su ser, y quizá, y esto ha sido una bendición para ellos, no han podido solapar todos estos vacíos, con las cosas que les ofrecía el mundo. Ese es el gran problema de la civilización posmoderna, que sí, siente, cuando se percibe existente, la vaciedad de su ser, pero prefiere probar y volver a probar las mil y una cosas que nos ofrece este mundo egoísta, antes de hacerse una pregunta de carácter trascendental. Si bien es verdad que esto ha sucedido en todas las épocas, en todos los momentos de la historia, en el presente que vivimos se da de una manera especial, el mundo grita a los sentidos de la humanidad para que esta haga caso omiso a la voz de Dios que dentro de sí le dice: VEN SÍGUEME.

Marcos Vera Pérez

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