sábado, 1 de octubre de 2011

Jornada por la Vida: Reflexión de un Católico


      En estos tiempos que corren, parece extraño ver a gente joven un domingo por la tarde concentrados delante de un hospital con carteles que no se refieren a determinados políticos ni que se quejan de ciertos recortes. Estos jóvenes se manifiestan a favor de un derecho fundamental, de naturaleza divina, que por desgracia hoy en día se ha convertido en algo que se puede someter a referéndum. 
    El derecho del que hablo es el derecho a vivir. Y constantemente, desde el gobierno, ya nacional, ya autonómico, se está conculcando ese derecho en nombre de la democracia con la ley del aborto. Una ley inicua, perversa y satánica que convierte al médico que practica ese aborto en un carnicero asesino e indigno de llevar un nombre tan grande como es el de médico. Ya los antiguos griegos juraban en el Juramento Hipocrático defender la vida desde su inicio hasta su final natural.
    Hace ya bastante tiempo que la manifestación de la que hablaba al principio se lleva a cabo en Barcelona, delante de clínicas abortistas. La del pasado 25 de septiembre, que se convocó delante del Hospital de San Pablo, tomó un cariz distinto. Grupos pro-abortistas, feministas, pro-gays y lesbianas y otros grupúsculos que ni siquiera sabemos su nombre, pero que reciben subvenciones de partidos como Esquerra Republicana de Catalunya, se presentaron en el mismo sitio que los defensores de la vida. Después de oír unas palabras acerca de la realidad del aborto, se inició el rezo del Santo Rosario para pedir por la inmediata derogación de esa ley maldita, por los niños asesinados –llamemos las cosas por su nombre- en el vientre de sus madres y por las madres que piensan en abortar. Ya antes de iniciar el rezo del Santo Rosario, aquellos grupos pro-abortistas abuchearon a todos los asistentes, con gritos a favor del aborto. Pero cuando se empezó a rezar, entonces los gritos se tornaron en blasfemias y en insultos hacia el Papa, los sacerdotes y los católicos en general.
    Ante esta manifestación de “tolerancia” por parte de los que son tolerantes con los musulmanes –feministas defendiendo al Islam, que hace de la mujer poco más que un esclava- con los presos de ETA, y con toda clase de delincuentes; ante esta manifestación, solo cabe la serenidad y la valentía. 
      Serenidad ante las auténticas blasfemias proferidas con odio hacia Dios, serenidad ante los ataques de personas que solo hablan de democracia cuando les conviene, que abominan de las dictaduras mientras imponen la dictadura peor, la del pensamiento único; serenidad ante los que se quejan por la visita de SS Benedicto XVI y aplauden a Santiago Carrillo, el genocida de Paracuellos, porque estas personas que ponen delante nuestro a insultar lo más sagrado son los mismos del 15-m, son los “indignados” que aun no saben porque están indignados, cuando son ellos los que con sus votos nos imponen a esta clase política. 
Y valentía. 
      Valentía para seguir rezando aun cuando te lanzan huevos, globos de agua o intentan pegarte. Valentía para rezar aun más fuerte que sus blasfemias, pidiendo al Padre perdón porque “no saben lo que hacen”, pero también para defender como sea los derechos de Dios o de su Iglesia, como un joven que cubrió con su espalda a un sacerdote con sotana la patada que a él iba dirigida, por el mero hecho de ser sacerdote.
      Esta es la España que tenemos. Una España dormida en un “Estado del bienestar”, aunque ese bienestar solo sea material, y los espíritus y los intelectos estén corruptos por el relativismo liberal hijo de la Revolución Francesa. 
      Nos decía el Papa a su llegada a España que estos tiempos se parecen a los de la 2ª República de 1931. La persecución que sufren los católicos españoles –persecución promovida por nuestro presidente, que ante la UE se muestra defensor acendrado de los derechos de los cristianos en países islámicos- es una persecución en toda regla, en todos los medios. Es una persecución intelectual y moral, que aun no es cruenta, pero que provoca más apostasías que si lo fuera.
      Ante este estado lamentable de la sociedad, los católicos debemos responder con actos como los del 25 de cada mes. Puede parecer poca cosa, y que no hacemos nada saliendo a la calle. Pero solo Dios, ante el Cual no hay héroes anónimos, sabe el fruto real de ese santo Rosario rezado entre insultos y blasfemias. Estos son tiempos duros, difíciles, recios. Pero también son tiempos de santidad verdadera, de santidad forjada cada día en lo escondido de la vida ordinaria. Que la Reina de la Paz nos ayude a seguir adelante con estas iniciativas, que cada vez seamos más los que luchemos por los derechos de Dios en la sociedad, y que el Inmaculado Corazón de María acelere el reinado de Cristo en la tierra.

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